Electra, en la mitología griega, era la hija de Agamenón, rey de Micena, y de su esposa, la reina Clitemnestra. Clitemnestra era infiel a su esposo a quien ansiaba eliminar. Después de Agamenón morir a manos de Clitemnestra y su amante Egisto, la enfurecida Electra despachó su hermano Orestes, para ampararse en la seguridad provista por la corte de su tío, mientras que ella permaneció en Micena, viviendo como mendiga bajo constante y estrecha vigilancia. A todo esto, la esposa infiel y su cómplice asesino, Egisto, gobernaban felizmente el territorio usurpado.
A medida que el tiempo pasaba, Electra enviaría comunicados constantes a Orestes, recordándole de su deber --- el deber de retornar para resarcir la muerte de su padre.
Al final de los siete años, Orestes y su amigo Pílades visitaron en secreto la tumba de Agamenón. Allí se encontrarían con Electra quien había venido a hacer ofrendas y a decir oraciones por la venganza de su padre. Orestes le reveló su identidad a la hermana, procediendo de inmediato al palacio, donde diera muerte a Egisto y a Clitemnestra. Electra, más adelante se casaría con Pílades, el leal amigo de Orestes.
El Complejo de Electra es el término propuesto por C. Jung para designar la contrapartida femenina del complejo de Edipo. Consiste en una fijación afectiva de la niña en la figura del padre. El complejo de Electra es un concepto psiquiátrico ambiguo que procura explicar la maduración de la hembra humana.
En el psicoanálisis podemos decir que este complejo es el amor de la niña hacia su padre acompañado de hostilidad y celos hacia la madre. Versión femenina del complejo de Edipo; Freud, nunca habló de esto él prefirió hablar del "Complejo de Edipo femenino". El complejo de Electra tiene su origen, según Freud, en la inevitable experiencia que toda niña sufre de la llamada "envidia del pene", y es preciso que se supere para que, en la etapa genital y ya adulta, la mujer pueda dirigir adecuadamente su libido hacia los varones.
La relación de los padres como pareja es importantísima para que los niños puedan superar con éxito la fase de Edipo o de Electra. Cuando existen peleas u hostilidades sostenidas -ya sean "abiertas" o "disimuladas"-, el niño abrigará durante más tiempo y con más seriedad la esperanza de que pueda sustituir al rival y convertirse en la mujercita de papá o el pequeño amante de mamá. Esta situación no es nada sana para los pequeños y puede conducir, en el peor de los casos, a dificultades en su trato con el sexo opuesto.
Si nos centramos en la niña, al igual que los niños varones que pasan una fase en la que se enamoran de mamá, las niñas viven una época en la que están locas por papá. Para la niña, el proceso es un poco más complicado que en el caso de los varones. También ella dirige sus primeros sentimientos de amor hacia la madre, pero al hacerse mayor debe transferirlos al padre, una persona del sexo opuesto. En este proceso le ayuda el hecho de que su creciente trato con otras personas -por ejemplo en el jardín de infantes- le hace sentirse un ser distinto a la madre: una pequeña mujercita enamorada que hace todo lo posible para atraer la atención de su objeto de amor.
A todos los papás se les cae la baba al ver a su pequeña hija tan coqueta y femenina. Y también las madres suelen mostrarse contentas, pensando que la niña se está esforzando en parecerse a ella. Por lo general, ninguno de los dos padres se da cuenta de que en realidad está tratando de mostrar al padre que ella, la hija, sería una esposa muchísimo mejor que la madre. Esta especie de inocencia de los padres es explicable, ya que el romance de la niña con el padre suele ser menos visible que el del niño con la madre, primordialmente, porque el objeto de amor del pequeño varón está mucho más al alcance que el de la niña.
En nuestra sociedad actual, la mayoría de las madres pasan más tiempo
en casa que los padres, de manera que la niña tiene que vivir sus sentimientos románticos hacia el padre más en la fantasía que en la realidad. La rivalidad con la madre hace que la pequeña se sienta mal. Mamá es la que la cuida y se ocupa de ella. ¡Qué horrible que a pesar de ello desee tantas veces que se marche, que se vaya muy lejos, para dejarla a solas con su amado papá! Se imagina que la madre conoce estos sentimientos ocultos y la va a castigar por ellos.
Estos temores se expresan a menudo en pesadillas. En una familia normal, la niña aprende con el tiempo que papá pertenece a mamá y ella no puede tenerlo. Poco a poco renuncia a sus sentimientos románticos hacia el padre y los dirige a otra -aún nebulosa- figura masculina: el hombre con quien se casará algún día. Al mismo tiempo comienza a identificarse con la madre, que le da el ejemplo de la mujer que ella será cuando sea mayor.
Los padres pueden ayudar a sus hijas en este proceso tomando sus sentimientos en serio, sin burlas ni reprimendas, pero dejando claro que los que forman una pareja son ellos y que el amor entre padres e hijos, ciertamente muy grande, es otra cosa.